Poemas en Castellano es un blog que intenta recopilar lo mejor de la poesÃa castellana
Frases
âEscribid con amor, con corazón, lo que os alcance, lo que os antoje. Que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea incorrecta; será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie; pero; bueno o malo, será vuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá prosa, habrá poesÃa, habrá defectos, habrá belleza.â
Domingo F. Sarmiento
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José Hierro -A orillas del East River-
Friday, September 09, 2005
A orillas del East River José Hierro (Madrid, 1922-2002)
I En esta encrucijada, flagelada por vientos de dos ríos que despeinan la calle y la avenida, pisoteada su negrura por gaviotas de luz, descienden las palabras a mi mano, picotean los granos de rocío, buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas. Siempre aspiré a que mis palabras, las que llevo al papel, continuasen llorando -de pena, de felicidad, de desesperanza, al fin, todo es lo mismo-, porque yo las había llorado antes; antes de que desembocasen en el papel blanquísimo, en el papel deshabitado, que es el morir. Dejarían en él los ecos asordados, empañados, de lo que tuvo vida. Alguien advertiría la humedad de las lágrimas, lloraría por seres que jamás conoció, que acaso no es posible que existieran aunque estuvieron vivos en el recuerdo o en la imaginación. Lloraríamos todos por los desconocidos, los -para mí -difuminados en la magia del tiempo. Contra las estructuras de metal y de vidrio nocturno rebotan las palabras aún sin forma, consagradas en el torbellino helado, y no me hacen llorar. Yo ya no sé llorar. ¡Y mira que he llorado!
II Yo ya no lloro, excepto por aquello que algún día me hizo llorar: los aviones que proclamaban que todo había terminado; la estación amarilla diluida en la noche en la que coincidían, tan sólo unos instantes, el tren que partía hacia el norte y el que partía hacia el oeste y jamás volverían a encontrarse; y la voz de Juan Rulfo: «diles que no me maten»; y la malagueña canaria; y la niña mendiga de Lisboa que me pidió un «besiño».
Yo ya no lloro. Ni siquiera cuando recuerdo lo que aún me queda por llorar.