Poemas en Castellano es un blog que intenta recopilar lo mejor de la poesÃa castellana
Frases
âEscribid con amor, con corazón, lo que os alcance, lo que os antoje. Que eso será bueno en el fondo, aunque la forma sea incorrecta; será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie; pero; bueno o malo, será vuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá prosa, habrá poesÃa, habrá defectos, habrá belleza.â
Domingo F. Sarmiento
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José Hierro -El héroe-
Friday, September 09, 2005
El héroe José Hierro (Madrid, 1922-2002)
Oí latir el corazón del mar unido al de otras músicas -el vals, la polka, el tango, el chárleston, el pasodoble, la rumba, el twist, el mádison-, lo eterno y la que pasa, mano a mano. La vida. El mar, y las ciudades: hermosa Viena, desasosegadora Nueva York, pasando por París y por Madrid. Músicas muertas en los tocadiscos de los muchachos, como antaño en pianolas y organillos. Música viva, como un mar que transcurre para los soñadores
-Bach, Schumann, Brahms o Debussy-; señales de otras músicas futuras, de otras vidas, de otros tiempos -Boulez, Berio, Stockhausen, Luis de Pablo-, viejos probablemente cuando leáis estas palabras viejas también, que ahora arrojo al olvido.
Entonces lo vi allí, al héroe, indiferente, con su uniforme de guardarropía, anacrónico. El pecho cubierto de medallas y de nobles cintajos, maravillas de seda y cobre. Vi al héroe, descansando sobre el banco de piedra.
Los jóvenes que pasan, navegan por la música. Otros, ya con arrugas, oyen el canto de las olas. Yo sólo, aquí, entre ellos, el más viejo de todos, oigo música y mar al mismo tiempo. Es la armonía de quien nació y ha muerto muchas veces. No es frecuente que sea así, pero sucede, como ahora: de súbito se encienden mar y música; estallan tiempo, espacio, fuera y dentro; giran deslumbradores vida de ayer y sangre fresca: es como un huracán irresistible.
Es como un fuego. Yo iba andando con la felicidad de adentro y la felicidad de afuera, suma de aquella humanidad entre la que pasaba. Y vi al hombre: «Qué harás aquí -le dije-, descorazonadora criatura, carcomiendo la plenitud. Qué se habrá muerto dentro de ti».
Y yo, que oía todos los sones, sólo oí el silencio, su silencio, el silencio del héroe, sordo al mar, a la música, a sus recuerdos y proyectos.
Nueve décimas partes de su vida debieron de pasar sin acercarse al mar, sin sospechar siquiera qué paciencia salada, qué artesanía de olas y de días son necesarias para producirse el prodigio de un árbol de coral, la fantasía helicoidal de un caracol. Era un héroe deshabitado, sin corona de roble que le ciña de días gloriosos.
Despojad un instante a esta palabra -héroe- de tantas adherencias literarias. Borrad las iconograffas consabidas: Grecia y piedra rosada, cara al mar, héroes ecuestres del Renacimiento... Era otra cosa el hombre que yo vi.
Nació en alguna aldea del interior de España- La piel end.urecida, impasibles los ojos que nada vieron nunca si no fue la llanura circundada de encinas, donde nació y vivió.
Donde vivió esperando su tren de muerte, como yo ahora espero, mientras nerviosamente escribo estos recuerdos, al tren que ha de llegar a Medina del Campo casi al amanecer. Estos sucesos ocurrieron lejos de aquí, y en mí vivían solicitando forma, para no ser pura nostalgia. Sólo esta noche pude hallarles la palabra.)
Allí vivió veinte años. Un día, le hizo hombre la guerra: le dio fe, lejanías y llamas. Llegó hasta el mar; el mar le hizo sentirse libre; mojó en el mar su cuerpo, conquistó tierras, hizo prisioneros, bebió vino de muerte, sintió tristeza y sintió ira; tal vez fuera marcado por la metralla. Estuvo vivo como nunca lo estuvo ni volvería a estarlo. Dio razón y entusiasmo a su vida: se la jugó con alegría a una carta tapada. Luego, volvió a su pueblo a ensartar días y cosechas, a dorar con melancolías su estatua coronada de olas.
Y he aquí que al cabo de los años llega otra vez junto al mar luminoso. Donde dejó entusiasmo, vida y fe, ha encontrado el silencio, el mismo de las eras de su aldea, mas ya sin esperanza. Ha desfilado entre banderas, entre cánticos; resucitaron las palabras en la garganta joven; ha bebido el vino de antaño y paseado su embriaguez gloriosa. Desde las doce a la una y media ha durado el desfile de estos supervivientes, nostálgicos representantes de un drama, escrito hace quién sabe cuántos años. Después de la comida y los discursos cayó el telón. Y oyó el silencio de los espectadores. Y el silencio del mar. Y el de su vida. Dijeron: «A las nueve al autobús; hay que llegar temprano a casa.» Oyó el silencio de su vida. Desconocido entre desconocidos, anduvo por las calles, sin rumbo. Se sentó enfrente de las olas. Volvió el naipe y no había figura pintada en él. y oyó el silencio.
¿Comprendéis? El nordeste cesa al atardecer. Ya ni siquiera hace temblar la ropa de este hombre. No le deja en la mano el aroma del arma con que mató a la muerte hace ya tiempo. Van los muchachos por su lado, destruyen la muerte con la música, como ayer con la pólvora. Destruyen con la música la vida. Con la música crean un inmenso silencio.